La decima Copa de Europa para el Real Madrid C.F.
Un gol de Sergio Ramos en el 93 igualó el de Godín, en fallo de Casillas, y llevó al partido a la prórroga. Luego, un Atlético heroico pero sin fuerzas murió con los goles de Bale, Marcelo y Cristiano. El partido cambió con Marcelo e Isco. Diego Costa se rompió a los ocho minutos.
La final mas esperada.
La Décima tenía que ser especial y lo fue. No podía ser una Copa más, un triunfo como otros, ni tampoco una alegría comparable. El pleno entusiasmo que significa esta conquista debe convivir con el absoluto desconsuelo de los vecinos de grada, de portal, de oficina. Lo heroico, concentrado en la inquebrantable fe del equipo en los últimos minutos del tiempo reglamentario, es una crueldad infinita visto desde
la perspectiva del Atlético de Madrid.
El Atlético fue campeón durante 56 minutos, casi una hora, que habría que añadir a los seis minutos que fue campeón hace 40 años. Cayó igual que entonces. Cuando se creía vencedor, cuando todo el mundo lo creía, menos el Madrid. Volvió a suceder a dos minutos
del final, como ante el Bayern. La coincidencia no es cruel, es sádica.
Lisboa ya será para siempre madridista, una extensión de La Castellana. A partir de ahora
hablaremos del estadio de la luz blanca. En años venideros, por las callejuelas de la Alfama, será imposible no encontrarse a enamorados madridistas, tal vez enroscados bajo una farola, susurrándose, ellos iban de rojiblanco y tú de vikinga, siempre nos quedará Lisboa.
Quien diga que no se puede ganar siempre, se equivoca; el Madrid gana casi siempre, concretamente gana una de cada seis Copas de Europa. Al Atlético sólo le queda un mínimo consuelo: ha perdido otra Champions, pero mantiene a salvo el mito y los anuncios, la gabardina y la niebla. No hay prisa por cambiarse de estadio, por abandonar el Paseo de los Melancólicos. Simeone seguirá siendo Robin Hood y el Mono Burgos, Little John. Ambos seguirán viviendo en el bosque de Sherwood.
Para Cristiano Ronaldo era el momento, 29 años, su última Champions antes de la treintena, su primera final en cinco temporadas con el Real Madrid. Sus números de genio necesitaban de un título así que validara la leyenda. No pudo ocurrir en mejor lugar, en tierra propia y en hierba ajena, en el campo del Benfica, el eterno enemigo de su Sporting juvenil. El cómo fue mejorable. Cristiano jugó un partido discreto, fuera de forma
, y diría que le sobró la celebración tras el cuarto gol, algo exagerada.
El partido.
El recuerdo del partido todavía escuece. Como estaba previsto, la primera parte
se jugó en un zarzal. Imposible no rasgarse. Juego trabado, siderúrgico, medieval; cada balón planteaba una batalla, desembarco incluido. Poco que reseñar, sólo accidentes. Algunos cantados. A los ocho minutos se retiró Diego Costa; si fue un truco, tendrán que explicarlo. A los diez minutos, Cristiano había sido derribado en dos saltos, con cierto aparato. La intención, probar sus músculos.
La defensa del Atlético jugaba muy atrás para protegerse de las contras. Varios kilómetros más arriba, el equipo buscaba balones largos a Villa o Adrián. Sólo cuando se apoyaba en Juanfran generaba peligro. El Madrid salía rápido pero sufría vértigo en la proximidad del área y desde allí bombeaba balones para Santillana, que no jugó ayer. Di María era el único factor desequilibrante.
El gol de Godín fue tan poco agraciado como lo era el partido. Después de un córner, Tiago volvió a poner el balón en el área. Godín se adelantó a Khedira para cabecear de espaldas y Casillas se quedó a media salida, en mitad de ninguna parte. Cuando quiso sacar la pelota, el balón ya estaba dentro. En ese instante pensamos que el ángel de Iker también era baja. Le subestimamos.
En la segunda parte, el Atlético empezó muy pronto a jugar con el reloj. Sin perderlo de vista, se encerró cada vez más. Se acercó el Madrid y aumentó la agonía. Se encadenaron las ocasiones, dos de Isco y otro par de Bale. Según discurrían los minutos, el Atlético no sólo estaba amenazado por su rival de blanco, sino por un fantasma de 13 letras 13: Schwarzenbeck. El ogro alemán marcó a dos del final y Sergio Ramos lo hizo en el tiempo añadido, también a dos de la conclusión. Cristiano y Bale se llevaron a la parte armada de la defensa y el central cabeceó como indican los manuales. El error del Atlético había sido de bulto: el Madrid no es el Barça.
En la prórroga, el Atlético echó de menos el cambio que había gastado a los ocho minutos con Diego Costa. Muchísimo. Al golpe moral se añadió el desgaste físico, la incapacidad de Juanfran para dar un paso más, el derrumbe colectivo. Con todo, sobrevivió a la primera parte de la prórroga.
En el minuto 110 no pudo más. Di María rajó la resistencia del Atlético por la banda de Juanfran y su disparo, desviado por Courtois, fue remachado de cabeza por Bale. Aunque luego marcaron Marcelo y Cristiano, se acabó entonces. Hubo un tumulto, una implosión de pena y una explosión de alegría. La Décima es madridista. Como la Copa de Europa. Al Atlético le queda el poema.
Imagenes.
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